La Sangre

Encabezado

Subencabezado

Encabezado secundario



Vivimos en un mundo cargado de hipocresía. De hecho eso es lo único que nos diferencia de los demás animales. Raciocinio, comunicación, sentimientos… Eso son meros eufemismos que disfrazan los términos y evitan que nos veamos tal y como somos. Animales. Somos animales, a veces, por vergüenza o una especie de sentimiento indigno, nos intentamos diferenciar de ellos, pero es imposible. Nuestro amor por la sangre es el mismo.
Amamos la sangre, vivimos por ella. Hay quién dice que la meta del ser humano es la felicidad o la vida, pero eso es falso. La felicidad y la vida no tendrían sentido sin la sangre, incluso se podría afirmar que es este líquido lo único que merma los efectos de esa llamada tan racional que supone para nosotros el suicidio, en un mundo que siempre gira hacia la deformación más esperpéntica de sus personajes.
Si paras un momento y piensas en el pasado te darás cuenta de que todo lo inundan tus glóbulos rojos. Desde las sonrisas más falsas a las lágrimas más amargas, todo es rojo. La sangre tiene esa capacidad, nos resulta siempre atractiva. Vampiros, los pactos con el demonio, los mártires, las pócimas de las brujas, el terror más intenso que existe, lo macabro de la vida y hasta la religión, son solo ejemplos que desvirtuarían cualquier argumento en contra.
Todo es rojo, es dolor. Como un día no es sin sol, una mañana no es sin dolor. Es algo totalmente necesario y por eso le divinizamos, le adoramos y le imploramos nuestra felicidad. Sólo basta con fijarse en una religión, por ejemplo, los musulmanes y la inmolación, los cristianos y sus misas donde se reza a un hombre muerto después de sufrir una tortura que da fe de la crueldad humana y ese culto al dolor que es una constante en la historia de la humanidad.
Nos metemos de lleno, ahora, en la historia contante del culto a la sangre. Los bautizos de cazadores que más de una cultura primitiva aún realiza son un testigo de la perpetuidad de esta, si se permite decir de este modo, religión. No obstante hay mucho más que relatar en la Prehistoria sobre estos asuntos, así no podemos olvidarnos de los sacrificios desde corderos a personas, extendidos por distintas culturas que abarcan a toda humanidad sin tener en cuenta la cultura (indoeuropea, amerindia, afroasiática, altaica, sino-tibetana…). Pasamos de la Prehistoria a la Historia y como eso de la escritura trajo sus remordimientos algunas cosas cambiaron, así por ejemplo se institucionalizó el dolor y la sangre, así los romanos crearon los anfiteatros, en Roma, Coliseo y en la películas, aunque mal dicho, circo. No creo que sea preciso describir los acontecimientos que se llevaban a cabo en estos recintos, basta decir, que a día de hoy, a causa del desconocimiento que tenemos sobre nuestro comportamiento, los calificaríamos de cruentos, gratuitos e inhumanos. Con el tiempo la religión católica, a base de mártires (otro ejemplo del culto al dolor: “¿Quién fue San Lorenzo?”, “No sé pero se los hicieron a la parrilla”) cobró importancia y como ciertos espectáculos realizados en los anfiteatros requerían la presencia de miembros de aquella religión, decidieron censurarlos. Llegamos así a la Edad Media, una época donde la religión se convirtió en miedo y el miedo en culto. Un tiempo en el que a falta de gladiadores que con una parmula y una espada muy corta destripaban a una fiera traída de tierras lejanas antes de ser atravesados por el tridente de un hombre con red que se desangraba entre aplausos que en sus oídos solo sonaban a agónicos, se requirió de espectáculos públicos más didácticos. A falta de un Coliseo, la gente no paró de adorar este aspecto tan macabro. La iglesia fue, entonces, donde la población iba a beber la sangre de su salvador, el que se puso una corona de espinos por ellos, y eso si no era suficiente se compensaba con la ejecuciones públicas, todo un acontecimiento, con un poco de suerte e cuerpo del ladrón se convulsionaría dos veces de más antes de que sus pulmones se pararan o se le desprendería la cabeza en el momento que la soga fuera tensada por su cuello. Sin embargo esa sed que tanto domina a los vampiros y con la que todos nos identificamos (sino por qué gustan tanto) no se podía frenar con eventos tan descafeinados, además no había suficientes ladrones para calmar a un pueblo sobreexplotado, por lo que se decidió crear nuevos malhechores. Las brujas, sustituyeron a las adulteras, porque ver como entre gritos se hace líquida la piel, la grasa de una persona, que arde atada a un madero, es más entretenido que tirar piedras a una mujer hasta matarla. Cuando las brujas y sus lujuriosas costumbres, atrayentes también en sí por el culto humano a la sangre que puede cobrar la forma del sexo, como en las tradiciones musulmanes (el sexo es una manera de alcanzar a Dios), fueron menos, se atrajo a los herejes. Es fascinante entrar en un museo de la Inquisición y ver cómo se puede idear tantas formas para matar o hacer sufrir a un hombre. Hasta el cuento de Edgar Alan Poe, El Pozo y el Péndulo, se queda corto ante tales artilugios. Después de mil años viendo como un encapuchado en nombre de Dios, la Justicia o la Gratuidad cortaba cuellos como si se tratasen troncos se vio esto demasiado inhumano (cosas que da la cultura), sobretodo, cuando algunas cabezas seguían hablando sin cuerpo. Se crearon nuevas formas, el sufrimiento no era necesario, la muerte, demasiado poco, es así como se hacen oficiales la guillotina que tuvo sus años de gloria durante la Revolución Francesa, o el garrote vil. No obstante, con la labor de los ilustrados, el asesinato público se empezó a considerar como algo demasiado cruento para unas personas que llevaban una peluca blanca muy decorada pero que disfrutaban viendo a “Saturno devorando a sus hijos” o leyendo El Castillo de Otranto y posteriormente a Poe. El género del terror surgió en la ilustración y como imaginar siempre exagera las cosas, las ejecuciones dejaron de tener fundamento. El terror no ha cesado hasta nuestros días, quedan por medio, autores como Stevenson y su Mr. Hyde, Lovecraft y su culto, tan real y menos hipócrita que los adoradores del sol, a Cthulhu, Stephen King... También el séptimo arte se ha convertido en su difusores con películas como “El Silencio de los Corderos” y su personaje, Hannibal Lecter. También queda ese culto a la sangre en eventos como los toros o las ejecuciones. Hay quien incluso se impresiona y se queda con una sensación de placer incomodo cuando ve la precisa contabilidad que se llevaba en los campos de concentración nazis. Un avión estrellado en un edificio no es una imagen que llame la atención, como lo hace la foto de un avión incrustado en las torres gemelas el 11 de septiembre.
Somos así, esa pasión genética por la sangre nos domina como le dominaba a Darrell Standing (El Vagabundo de las Estrellas, Jack London) en todas sus reencarnaciones. Él lo llamaba furia roja, nosotros, solo, sangre. Al final todo es lo mismo. Epicúreo buscaba el placer en todo momento y nosotros le imitamos, como somos más púdicos a esto le llamamos felicidad y, dependiendo del contexto, vida. El placer es una sensación de confort que nos hace sentir vivos, algo que contesta a nuestras perturbadoras preguntas existencialistas. La alegría es un sentimiento más efímero y por lo tanto, se podría decir que falso; la sangre y todas las actividades que domina, son más profundas, constituyen una respuesta inalterable, eterna a nuestro afán de existir de ser algo más tangible que el aire y más útil que los recuerdos. Un humano en sí no es nada y su meta por lo tanto es ser algo, ¿por qué nos conmueven sino las historias de soldados? Un soldado en un regimiento es igual que un humano (nada), sin embargo un soldado que por amor combate buscando la muerte, desafiándola a cada paso y arrastrando tras sí a un regimiento entero, se convierte en el mismo regimiento, un símbolo perpetuo, ¿quién no conoce la fotografía “Muerte de un Miliciano” de Capa o la de los americanos izando su bandera en Iwo Jima?
Todo eso es sangre, sentimientos fuertes que acaban en símbolos y que dicen a sus protagonistas: “¡Sí, tú existes!”. El dolor, también nos dice eso, pues cuando lo padecemos nos apetece no existir, el sexo es lo mismo, la lluvia, todo eso está dominado por el color rojo. Cuando vemos la imagen de un muerto o de alguien que está sufriendo, también nos pasa lo mismo, estamos vivos, lo sentimos y no pensamos precisamente en la supervivencia, simplemente disfrutamos.
Somos crueles, es la única explicación, incluso, se diría que masoquistas. Ya no disfrutamos viendo como una cabra despelleja a lametazos a un individuo, pero sí viendo a un toro envistiendo a un torero (cuando Carlos IV prohibió los toros en España, si el torero no pasaba verdaderos apuros, o la muerte del animal era rápida, el espectáculo era un fracaso), un accidente en Moto GP o Fórmula 1 (al calificarlos de espectaculares los estamos adorando), un tío llevando una cruz por calles estrechísimas, como en el empalao de Valverde de la Vera, declarada fiesta de interés turístico nacional, llegando a este punto incluso consideramos el dolor una purga y para perdonarnos necesitamos penitencias que si la propia palabra no os resulta muy descriptiva, los colores de la Semana Santa o los ayunos que tiene cada religión y de los que quizá el Ramadán sea el más conocido, os dicen el resto.
Por último solo quisiera ir un poco más allá. En los últimos años, ha vuelto a estar en boca de todos, de moda siempre han estado, los vampiros. Los vampiros son unos seres fantásticos que duermen en ataúdes, tienen los colmillos largos y se alimentan de sangre. Reflexionar sobre el significado de esto, lleva bastante tiempo, pero no necesitas mucho para darte cuenta de que la sangre, vitalidad (si se prefiere llamar de otra forma) es lo que atrae tanto de estos seres. No importa que el vampiro sea Robert Pattinson, Brad Pitt, Eddie Murphy o Chloe Moretz. Los vampiros, de hecho, son atractivos, no guapos. Son seres inteligentes, con una alergia muy grave al sol, sin embargo representan el sexo (no hay que pensar mucho la relación que hay entre sangre y sexo si tenemos en cuenta las ceremonias de matrimonio de algunas culturas en las cuales la sangre de los amantes se mezcla, o la tradición de enseñar la mancha roja de la sábana al día siguiente de la boda, tal y como describe García Márquez en Crónica de una Muerte Anunciada), la lujuria y a la vez el dominio de los principios básicos, de la llamada, la sed de sangre. Del mismo modo, los licántropos que representan al igual que los vampiros la noche, son también un reflejo del amor a la sangre, desde el momento que la afección se trasmite por mordedura y el hombre lobo no es más que la máxima expresión del comportamiento animal del hombre, de hecho su afición al canibalismo (un licántropo no deja de ser humano) es la misma que tenían algunas culturas para denostar a sus enemigos. Podemos seguir con esta lista de ejemplos, con los fantasmas como el reflejo de la búsqueda de perpetuación del hombre; los zombies como la llamada más cruenta e incontrolada (a falta de alma, no hay que olvidar que el origen de algunos vampiros está en la resurrección de los muertos) por ese amor a la sangre reflejado, al igual que en los licántropos, en el canibalismo; la sangre en las pócimas de las brujas, con las cuales después se drogaban y pervertían a la población… Los ejemplos son incontables, tantos como la producción de la imaginación humana en toda su historia, además aquí abría que meter los tormentos y las lágrimas, que son también sangre y como tal son respetadas, no en vano en la antigüedad había quien recogía las lagrimas. Esto se debe a que es un líquido provocado por pasiones intensas y que por lo tanto guarda su esencia.
Cine, sexo, gore, fotografías, seres fantásticos, literatura, torturas, ejecuciones, linchamientos, lágrimas, canibalismo, pasiones, noche, tormentas, rayos, Cthulhu, Cristo, Alá, Iahvé, terror, profundidad, puritanismo, celibato, alma, guerras, soldados, destrucción, esfuerzo, sueños, campos de concentración, lujuria, gula, asesinato, héroes, psicópatas, animales, zoológicos, sociedad, arte… Todo sigue el mismo patrón, dolor y sangre, pero sobretodo sangre, desde ver el fútbol a trabajar, nuestras vidas están dominadas por la sangre o el intento de retener a la misma, pero siempre en una sensación entre el placer y el vómito que es lo que nos hace humanos, masoquistas y ante todo animales, hipócritas, pero animales.