La Sangre

Encabezado

Subencabezado

Encabezado secundario



Vivimos en un mundo cargado de hipocresía. De hecho eso es lo único que nos diferencia de los demás animales. Raciocinio, comunicación, sentimientos… Eso son meros eufemismos que disfrazan los términos y evitan que nos veamos tal y como somos. Animales. Somos animales, a veces, por vergüenza o una especie de sentimiento indigno, nos intentamos diferenciar de ellos, pero es imposible. Nuestro amor por la sangre es el mismo.
Amamos la sangre, vivimos por ella. Hay quién dice que la meta del ser humano es la felicidad o la vida, pero eso es falso. La felicidad y la vida no tendrían sentido sin la sangre, incluso se podría afirmar que es este líquido lo único que merma los efectos de esa llamada tan racional que supone para nosotros el suicidio, en un mundo que siempre gira hacia la deformación más esperpéntica de sus personajes.
Si paras un momento y piensas en el pasado te darás cuenta de que todo lo inundan tus glóbulos rojos. Desde las sonrisas más falsas a las lágrimas más amargas, todo es rojo. La sangre tiene esa capacidad, nos resulta siempre atractiva. Vampiros, los pactos con el demonio, los mártires, las pócimas de las brujas, el terror más intenso que existe, lo macabro de la vida y hasta la religión, son solo ejemplos que desvirtuarían cualquier argumento en contra.
Todo es rojo, es dolor. Como un día no es sin sol, una mañana no es sin dolor. Es algo totalmente necesario y por eso le divinizamos, le adoramos y le imploramos nuestra felicidad. Sólo basta con fijarse en una religión, por ejemplo, los musulmanes y la inmolación, los cristianos y sus misas donde se reza a un hombre muerto después de sufrir una tortura que da fe de la crueldad humana y ese culto al dolor que es una constante en la historia de la humanidad.
Nos metemos de lleno, ahora, en la historia contante del culto a la sangre. Los bautizos de cazadores que más de una cultura primitiva aún realiza son un testigo de la perpetuidad de esta, si se permite decir de este modo, religión. No obstante hay mucho más que relatar en la Prehistoria sobre estos asuntos, así no podemos olvidarnos de los sacrificios desde corderos a personas, extendidos por distintas culturas que abarcan a toda humanidad sin tener en cuenta la cultura (indoeuropea, amerindia, afroasiática, altaica, sino-tibetana…). Pasamos de la Prehistoria a la Historia y como eso de la escritura trajo sus remordimientos algunas cosas cambiaron, así por ejemplo se institucionalizó el dolor y la sangre, así los romanos crearon los anfiteatros, en Roma, Coliseo y en la películas, aunque mal dicho, circo. No creo que sea preciso describir los acontecimientos que se llevaban a cabo en estos recintos, basta decir, que a día de hoy, a causa del desconocimiento que tenemos sobre nuestro comportamiento, los calificaríamos de cruentos, gratuitos e inhumanos. Con el tiempo la religión católica, a base de mártires (otro ejemplo del culto al dolor: “¿Quién fue San Lorenzo?”, “No sé pero se los hicieron a la parrilla”) cobró importancia y como ciertos espectáculos realizados en los anfiteatros requerían la presencia de miembros de aquella religión, decidieron censurarlos. Llegamos así a la Edad Media, una época donde la religión se convirtió en miedo y el miedo en culto. Un tiempo en el que a falta de gladiadores que con una parmula y una espada muy corta destripaban a una fiera traída de tierras lejanas antes de ser atravesados por el tridente de un hombre con red que se desangraba entre aplausos que en sus oídos solo sonaban a agónicos, se requirió de espectáculos públicos más didácticos. A falta de un Coliseo, la gente no paró de adorar este aspecto tan macabro. La iglesia fue, entonces, donde la población iba a beber la sangre de su salvador, el que se puso una corona de espinos por ellos, y eso si no era suficiente se compensaba con la ejecuciones públicas, todo un acontecimiento, con un poco de suerte e cuerpo del ladrón se convulsionaría dos veces de más antes de que sus pulmones se pararan o se le desprendería la cabeza en el momento que la soga fuera tensada por su cuello. Sin embargo esa sed que tanto domina a los vampiros y con la que todos nos identificamos (sino por qué gustan tanto) no se podía frenar con eventos tan descafeinados, además no había suficientes ladrones para calmar a un pueblo sobreexplotado, por lo que se decidió crear nuevos malhechores. Las brujas, sustituyeron a las adulteras, porque ver como entre gritos se hace líquida la piel, la grasa de una persona, que arde atada a un madero, es más entretenido que tirar piedras a una mujer hasta matarla. Cuando las brujas y sus lujuriosas costumbres, atrayentes también en sí por el culto humano a la sangre que puede cobrar la forma del sexo, como en las tradiciones musulmanes (el sexo es una manera de alcanzar a Dios), fueron menos, se atrajo a los herejes. Es fascinante entrar en un museo de la Inquisición y ver cómo se puede idear tantas formas para matar o hacer sufrir a un hombre. Hasta el cuento de Edgar Alan Poe, El Pozo y el Péndulo, se queda corto ante tales artilugios. Después de mil años viendo como un encapuchado en nombre de Dios, la Justicia o la Gratuidad cortaba cuellos como si se tratasen troncos se vio esto demasiado inhumano (cosas que da la cultura), sobretodo, cuando algunas cabezas seguían hablando sin cuerpo. Se crearon nuevas formas, el sufrimiento no era necesario, la muerte, demasiado poco, es así como se hacen oficiales la guillotina que tuvo sus años de gloria durante la Revolución Francesa, o el garrote vil. No obstante, con la labor de los ilustrados, el asesinato público se empezó a considerar como algo demasiado cruento para unas personas que llevaban una peluca blanca muy decorada pero que disfrutaban viendo a “Saturno devorando a sus hijos” o leyendo El Castillo de Otranto y posteriormente a Poe. El género del terror surgió en la ilustración y como imaginar siempre exagera las cosas, las ejecuciones dejaron de tener fundamento. El terror no ha cesado hasta nuestros días, quedan por medio, autores como Stevenson y su Mr. Hyde, Lovecraft y su culto, tan real y menos hipócrita que los adoradores del sol, a Cthulhu, Stephen King... También el séptimo arte se ha convertido en su difusores con películas como “El Silencio de los Corderos” y su personaje, Hannibal Lecter. También queda ese culto a la sangre en eventos como los toros o las ejecuciones. Hay quien incluso se impresiona y se queda con una sensación de placer incomodo cuando ve la precisa contabilidad que se llevaba en los campos de concentración nazis. Un avión estrellado en un edificio no es una imagen que llame la atención, como lo hace la foto de un avión incrustado en las torres gemelas el 11 de septiembre.
Somos así, esa pasión genética por la sangre nos domina como le dominaba a Darrell Standing (El Vagabundo de las Estrellas, Jack London) en todas sus reencarnaciones. Él lo llamaba furia roja, nosotros, solo, sangre. Al final todo es lo mismo. Epicúreo buscaba el placer en todo momento y nosotros le imitamos, como somos más púdicos a esto le llamamos felicidad y, dependiendo del contexto, vida. El placer es una sensación de confort que nos hace sentir vivos, algo que contesta a nuestras perturbadoras preguntas existencialistas. La alegría es un sentimiento más efímero y por lo tanto, se podría decir que falso; la sangre y todas las actividades que domina, son más profundas, constituyen una respuesta inalterable, eterna a nuestro afán de existir de ser algo más tangible que el aire y más útil que los recuerdos. Un humano en sí no es nada y su meta por lo tanto es ser algo, ¿por qué nos conmueven sino las historias de soldados? Un soldado en un regimiento es igual que un humano (nada), sin embargo un soldado que por amor combate buscando la muerte, desafiándola a cada paso y arrastrando tras sí a un regimiento entero, se convierte en el mismo regimiento, un símbolo perpetuo, ¿quién no conoce la fotografía “Muerte de un Miliciano” de Capa o la de los americanos izando su bandera en Iwo Jima?
Todo eso es sangre, sentimientos fuertes que acaban en símbolos y que dicen a sus protagonistas: “¡Sí, tú existes!”. El dolor, también nos dice eso, pues cuando lo padecemos nos apetece no existir, el sexo es lo mismo, la lluvia, todo eso está dominado por el color rojo. Cuando vemos la imagen de un muerto o de alguien que está sufriendo, también nos pasa lo mismo, estamos vivos, lo sentimos y no pensamos precisamente en la supervivencia, simplemente disfrutamos.
Somos crueles, es la única explicación, incluso, se diría que masoquistas. Ya no disfrutamos viendo como una cabra despelleja a lametazos a un individuo, pero sí viendo a un toro envistiendo a un torero (cuando Carlos IV prohibió los toros en España, si el torero no pasaba verdaderos apuros, o la muerte del animal era rápida, el espectáculo era un fracaso), un accidente en Moto GP o Fórmula 1 (al calificarlos de espectaculares los estamos adorando), un tío llevando una cruz por calles estrechísimas, como en el empalao de Valverde de la Vera, declarada fiesta de interés turístico nacional, llegando a este punto incluso consideramos el dolor una purga y para perdonarnos necesitamos penitencias que si la propia palabra no os resulta muy descriptiva, los colores de la Semana Santa o los ayunos que tiene cada religión y de los que quizá el Ramadán sea el más conocido, os dicen el resto.
Por último solo quisiera ir un poco más allá. En los últimos años, ha vuelto a estar en boca de todos, de moda siempre han estado, los vampiros. Los vampiros son unos seres fantásticos que duermen en ataúdes, tienen los colmillos largos y se alimentan de sangre. Reflexionar sobre el significado de esto, lleva bastante tiempo, pero no necesitas mucho para darte cuenta de que la sangre, vitalidad (si se prefiere llamar de otra forma) es lo que atrae tanto de estos seres. No importa que el vampiro sea Robert Pattinson, Brad Pitt, Eddie Murphy o Chloe Moretz. Los vampiros, de hecho, son atractivos, no guapos. Son seres inteligentes, con una alergia muy grave al sol, sin embargo representan el sexo (no hay que pensar mucho la relación que hay entre sangre y sexo si tenemos en cuenta las ceremonias de matrimonio de algunas culturas en las cuales la sangre de los amantes se mezcla, o la tradición de enseñar la mancha roja de la sábana al día siguiente de la boda, tal y como describe García Márquez en Crónica de una Muerte Anunciada), la lujuria y a la vez el dominio de los principios básicos, de la llamada, la sed de sangre. Del mismo modo, los licántropos que representan al igual que los vampiros la noche, son también un reflejo del amor a la sangre, desde el momento que la afección se trasmite por mordedura y el hombre lobo no es más que la máxima expresión del comportamiento animal del hombre, de hecho su afición al canibalismo (un licántropo no deja de ser humano) es la misma que tenían algunas culturas para denostar a sus enemigos. Podemos seguir con esta lista de ejemplos, con los fantasmas como el reflejo de la búsqueda de perpetuación del hombre; los zombies como la llamada más cruenta e incontrolada (a falta de alma, no hay que olvidar que el origen de algunos vampiros está en la resurrección de los muertos) por ese amor a la sangre reflejado, al igual que en los licántropos, en el canibalismo; la sangre en las pócimas de las brujas, con las cuales después se drogaban y pervertían a la población… Los ejemplos son incontables, tantos como la producción de la imaginación humana en toda su historia, además aquí abría que meter los tormentos y las lágrimas, que son también sangre y como tal son respetadas, no en vano en la antigüedad había quien recogía las lagrimas. Esto se debe a que es un líquido provocado por pasiones intensas y que por lo tanto guarda su esencia.
Cine, sexo, gore, fotografías, seres fantásticos, literatura, torturas, ejecuciones, linchamientos, lágrimas, canibalismo, pasiones, noche, tormentas, rayos, Cthulhu, Cristo, Alá, Iahvé, terror, profundidad, puritanismo, celibato, alma, guerras, soldados, destrucción, esfuerzo, sueños, campos de concentración, lujuria, gula, asesinato, héroes, psicópatas, animales, zoológicos, sociedad, arte… Todo sigue el mismo patrón, dolor y sangre, pero sobretodo sangre, desde ver el fútbol a trabajar, nuestras vidas están dominadas por la sangre o el intento de retener a la misma, pero siempre en una sensación entre el placer y el vómito que es lo que nos hace humanos, masoquistas y ante todo animales, hipócritas, pero animales.

No Mires Hacia la Mesa

No se fijó, de hecho no quiso fijarse, intentó evitar que su mente supiera lo que había hecho. Sabía que mientras no mirase la pequeña mesa negra no pasaría nada. Si conseguía que sus sentidos obviaran los cojines del sofá aún hundidos, como si recordaran su cuerpo, la ventana de enfrente seguiría enseñando esos dos altos chopos siempre iluminados por el mismo sol. Si nadie se fijaba en las telas rasgadas y con restos de uñas, en el mismo sofá, la mesa del comedor seguiría igual de impoluta, resplandeciente entre las paredes blancas, la ventana y los chopos. Si la mesa negra de fría roca, entre el sofá, el sillón y la televisión, fuera transparente, aún podría ver en la pantalla de plasma como Forest Gump corría al frente de una multitud hasta el fin del Estado. Si girara la cabeza noventa grados hacía el lado contrario al que estaban la ventana, la mesa de comedor y los chopos, vería la cocina, tras una barra blanca, brillante como el primer día, como si nadie hubiera cocinado en ella desde que se construyó la casa, como si Marine no hubiera hecho ahí sus estupendos lomos de cerdo.

Se dirigió al baño con paso lento, como si el tiempo no corriera, incluso tuvo el descaro de lamerse una gota de sangre que aún quedaba en su labio y saborearla plácidamente. No estaba contento, pero sí satisfecho. No conseguía saber exactamente qué había hecho en la última hora, pero, aunque no quería, se lo suponía, aquel monstruoso espíritu le debía haber vuelto a controlar.

Vivía con él desde que el médico le dio los dos cachetes para que llorara el día de su nacimiento, pero apareció por primera vez, cinco años después la noche que le mordió ese perro. Perdía el conocimiento, de hecho nunca recordaba nada de lo que hacía. La primera vez, cuando mató aquel ciervo, se despertó con la sensación de haber tenido un extraño sueño, aunque pronto supo que no eran sueños. Tras su tercera posesión, en la que soñó que invadía un gallinero, amaneció con plumas en la boca. Cierta mañana, cuando ya se había habituado a sus inconscientes actuaciones nocturnas tras diez años, amaneció con un, hasta entonces, desconocido sabor dulce en el paladar. No recordaba haber soñado nada, sin embargo ese sabor le decía que había vuelto a ser poseído. No se lo contó a nadie y empezó a investigar sobre lo que había comido esa noche, aquel delicioso sabor no podía compararlo con ninguna comida que se hubiera posado en su paladar anteriormente.

Ahora camino del baño, con esa sonrisa de preocupación, mientras revivía su infancia, se preguntó cómo podía haber acabado así, allí, en una habitación donde solo había manchas de sangre que sus ojos eran incapaces de ver. Pensó que se lo merecía, que todo fue culpa del alcohol. Desde los doce años, para evitar ser poseído empezó a tomarlo y nunca lo dejó. Era la única cosa que podía conjugar sus dos mitades pacíficamente. Nunca ese demonio le poseyó ebrio, ese espíritu malvado se emborrachaba antes que él. Con un cubata, ya le notaba tambaleándose dentro de su pecho y a la tercera copa sentía en el corazón un ruido seco, como si en un centímetro cuadrado se hubiera caído todo el Universo. La siguiente hora, era la única que podía disfrutar solo. Se sentaba en las escaleras del Ayuntamiento con su botella de ron y miraba la Luna. “¿Cómo podía ser tan hermosa?”. Amaba a la luna, en su memoria siempre quedarían aquellas vacaciones en el lago cuando por la noche, desnudo, se zambullía en el reflejo de su amada y acariciaba cada uno de sus húmedos cráteres notando, disfrutando, su tacto en todo el cuerpo.

Inconscientemente había cerrado los ojos en su breve camino y no había visto la mesa. Los timbrazos mezclados con las voces de un vecino preocupado le devolvieron a su mundo. Había abierto la puerta en medio de un mar de dudas sin saber lo que se encontraría dentro. Como si temiese que el lavabo estuviera en lugar del váter y la ducha como bidel, pero no fue así. Todo estaba en su orden. Limpio, tan limpio que parecía que toda la habitación hubiera sido forrada con la perla que regaló a Marine hacía unas semanas por su trigésimo cumpleaños.

Se acercó al lavabo sigilosamente, como intentando que el vecino que estaba llamando a la puerta, no notase su presencia. Sabía que si no contestaba, llamaría a la policía y le arrestarían, pero alguien tenía que pararle, aunque aquel psiquiatra de pacotilla no creyese su historia. Abrió el grifo, las voces del vecino habían dejado sitio a un murmullo inentendible en el rellano. Metió las manos en el agua, estaban sucias, aunque tampoco se las había mirado. Desde que recobró la consciencia y vio su ropa manchada de sangre había estado evitando mirar, donde su subconsciente o como él prefería llamarlo, Bestia, le aconsejaba.

Al sacar las manos del agua, no se las secó con la toalla. Sabía que al igual que no podía dirigir su vista hacia la pequeña mesa del salón, no debía mirar los restos de coágulos, bolas de grasa y carne que impregnaban toda la tela. Así que se sacudió bruscamente las manos dejando que las gotas se resbalaran y cayeran de su piel. Buscó de nuevo el grifo y lo cerró. Se apoyó en el lavabo y miró fijamente el espejo hasta que su alma empezó de nuevo a vagar por un mundo lleno de preguntas.

Notó como una lágrima solitaria recorría su mejilla hasta quedarse atrapada en su densa barba. “¿En qué me he convertido?”. La culpa la tenía ese demonio alcohólico, si hubiera estado borracho, como acostumbraba a estarlo cuando conoció a Marine no hubiera pasado nada. Marine, su amor, la cosa en el mundo que más quería después de la Luna. “¿Dónde se había metido, ahora, cuando más la necesitaba?”

Marine era una chica recatada a los veinte años, tenía el pelo rizado y rubio, lo que la hacía destacar. Las envidiosas de sus amigas, por aquella época la llamaban “Ricitos de Oro”, como en el cuento, pero no la gustaba. La había conocido en las escaleras del Ayuntamiento, el único lugar posible donde él podría haber conocido a alguien en aquellos tiempos. Pegado a su botella de ron, su media sonrisa, sus ojos ensombrecidos, su barba sin rebajar, su pelo castaño, grasiento y erizado y su mirada perdida, como siempre, en la Luna.

Lo que más le gustaba a Marine de él fueron las miradas que dirigía a la Luna, el primer día que le vio rezó para que algún día la mirara a ella de la misma forma. Durante el primer mes que acompañó a ese hombre en su borrachera nocturna mirándole como él miraba la Luna, no se cruzaron la palabra más allá de la formulación y contestación de las tres típicas preguntas rutinarias: “¿Cómo te llamas?”, “¿Qué haces?” y “¿Qué tal?”.

Se llamaba Martin, acababa de empezar a trabajar en los tribunales tras aprobar unas oposiciones. En cuanto a la última pregunta, a pesar de que se la hacía todas las noches, nunca la respondió. De hecho, hasta que pasó un mes, Marine no pudo percibir el tono exacto de su voz hasta que una noche se dirigió a ella articulando más de dos palabras seguidas. “¿Sabes una cosa? Llevas acompañándome aquí tanto tiempo que te estoy cogiendo aprecio” Su voz, seria, como la de un actor de un western entró por las orejas de Marine como el poema más hermoso jamás escrito. Él no había abandonado su mundo en la Luna, pero a Marine le valieron esas palabras, estaba tan loca como ciegamente enamorada de ese hombre. Aquella misma noche, ella conoció sus labios y él, al morder su cuello, supo qué era ese sabor dulce que tanto le perturbó una mañana cuando se levantó hacía ya catorce años.

Hoy, seis años después, Martin degustaba ese sabor. Le gustaba, pero le parecía tan aberrante que se había lavado los dientes seis veces, la última esparció el dentífrico directamente, sin usar el cepillo por toda la lengua. Era imposible, no sabía si era el resentimiento o el sabor, pero no podía parar de salivar, de disfrutar recordando esa deliciosa textura.

Volvió a mirarse en el espejo, tenía los ojos inyectados en sangre. “¿Quién le mandó complacer a aquella niñata?” Bestia. Bestia era el culpable de todo: de sus cazas nocturnas, de su amor insuperable a la Luna, de sus borracheras en el Ayuntamiento… Era Bestia, él era inocente, él quería a Marine. “Marine era ideal ¿Por qué Bestia no la quería?” Ella cocinaba de maravilla, abrazaba como nadie en el mundo abraza, olía tan bien como delicioso era el sabor de la carne humana y sus labios sabían a carne, era como el caramelo de la comida más rica que jamás había probado.

La sirena del primer coche de policía hizo que se volviera a fijar el reflejo que mostraba el espejo. Su cara se volvió blanca, se quedó quieto

- ¡Bestia! ¿Eres tú? – Medio exclamó, medio preguntó

La imagen de ese ser peludo, de mirada trastornada, córnea blanca y ojos amarillos movió los labios a la par que él preguntaba, por lo que no pudo oír la respuesta, aunque como era de recibo, la sabía de antemano. Bestia no se diferenciaba mucho de él, de hecho era como él, pero su mirada era distinta. No era triste, era lasciva, lujuriosa e insultante. Tenía la expresión desfigurada, como los locos y un hilillo de baba espesa se colaba entre sus afilados colmillos para salir por su abultada boca, casi hocico, perdiéndose entre el pelaje de su pecho que salía a la luz entre las piezas de la camisa blanca, rota y con una enorme mancha de sangre que no contrastaba para nada con el entorno. Le daba asco, ese ser encerrado en ese reflejo, le daba asco. Volvió a preguntarle, pero no hubo respuesta, aunque le pareció ver que la cara del ser se movía en sentido afirmativo.
- ¿Qué hiciste? – El licántropo le miro fijamente a los ojos, él ya no estaba blanco y asustado, más bien colérico - ¿Dónde está el vecino? ¿Y aquel niño? ¿Y mi padre? ¿Y Marine? ¡¿Dónde está Marine?! ¿Qué has hecho con ella?¿Qué has hecho con ellos? ¡Yo les quería! ¡Yo les quería! ¡BESTIA! ¡Les quería!... Les quería… les quería…¡Les quería! – Entre lágrimas Martin se sentó y se acurrucó en el suelo sin dejar de mirar el reflejo.
-No, yo no hice nada. – Respondió la imagen con una voz ultratumba y gutural. – Fuiste tú.

-¡Mentira!- Gritó acurrucado en el suelo - ¡Animal! Fuiste tú, siempre eres tú ¡Fuiste tú! ¡Me oyes!
- Mira la mesa, ¿crees que una imagen puede hacer eso? – Martín se levantó abrió la puerta y dirigió la mirada hacia el más atroz de los crímenes jamás cometido, pero antes de ver la imagen cerró los ojos. - ¡Abre los ojos! No me culpes a mí. ¡Mira lo que hiciste! ¿La querías? ¿O solo querías su sabor? ¿No sabes que los caramelos no se muerden? ¿Estaba rica verdad? Una vez que lo pruebas ese sabor se queda, no hay nada mejor, pero su carne, su carne no era como la de un humano cualquiera. No, era más sabrosa, tenía ese amargor dulce, pero su textura gelatinosa, era distinta. Reconócelo, te gustó.
-¡Mientes! ¡Marine! ¡Marine!...
- No grites a lo tonto, ¡Abre los ojos! ¡Mira la mesa! Te la comiste. No te mientas. En el fondo te gusta. Sabes una cosa, la policía vendrá en breves. El vecino ha llamado hace media hora y la luz azul del primer coche ya luce ahí fuera, en la calle. ¿Crees que si te encierran vas a olvidar ese sabor? ¿Crees que cuando te suelten no vas a volver a matar? ¿Crees qué te curarán? ¿Cómo te van a curar tú no estás enfermo, tú eres mejor que ellos? La has matado Martin, reconócelo, huye, reacciona, vas a pasarte veinte años encerrado. Tu sed aumentará, tus ansias te consumirán por dentro. En la cárcel no hay ron, ni Luna, ni un lago para que juegues con tu astro. ¿No lo entiendes? La has matado
- ¡Mientes!
- Te mientes tú, te da vergüenza reconocerlo. Lo tenías planeado desde la primera vez que probaste sus labios. Desde que supiste de donde procedía el sabor de aquella mañana. Te gusta, intentaste no hacerlo. Eres Juez, ¿qué dirían? Por eso te comiste a tu padre en aquella excursión al monte, por eso cuando encontraste a aquel niño desaparecido no se lo devolviste a sus padres. No puedes contralarte. hace apenas un par de horas cuando tu mujer te ha besado, tú la has mordido los labios. Por eso, cuando tus papilas han vuelto a recordar ese sabor, no has parado, has agarrado a Marine por la cintura y la has llevado hacia ti tan bruscamente que ella que estaba sentada en el sofá a tu lado se ha asustado. Luego intentó resistirse, pero tú no lo has notado, la has vuelto a besar, eres una bestia, un animal. La has mordido con ansia, hasta arrancarla el labio, hasta que ella se ha desmallado. Después te has dirigido a la cocina y has cogido un cuchillo. Has vuelto al sofá, has mordido su cuello y has quitado la piel a tu mujer con sumo cuidado, como si trataras de no hacerla daño. No era por no dañarla más, ya estaba muerta, sino porque es la única forma de que la carne sepa tal y como debe de saber. La piel hace al humano más insípido, es como una máscara, algo que encierra el mejor manjar que hay en la tierra. Veo que con el tiempo vas aprendien…
- ¡Basta! ¡Basta! ¡Basta!...¡Mientes! ¡En la mesa no hay nada! – Martin se levantó lleno de rabia y de un puñetazo atravesó el espejo y solo paró cuando su puño se topó con la pared. El espejo se deshizo, a momentos, en enormes placas que cayeron mientras que una grieta surgía de la pared y ascendía hasta pararse al lado de la bombilla que reventó, justo en el centro del techo. La casa se había destruido.

Oyó una segunda sirena, la policía subiría en breves. Se dirigió a la mesa sin mirarla, cogió la mitad de un lomo que quedaba y se fue a la mesa del comedor a terminarlo. No miró el crimen, se daba asco, se sentó de forma que no pudiera verlo. Dos minutos después la policía irrumpió en la casa.

-¡No se mueva!- Dijo un hombre apuntándole a la nuca mientras él se acababa el lomo - ¡Ponga las manos en alto! – Martin se metió el último trozo en la boca y levantó las manos ensangrentadas. El policía bruscamente le tiró al suelo.

- Las manos a la espalda, bestia – Había visto toda la escena, no se imaginaba cómo ese hombre al que estaba esposando mientras, como un niño cuando se le castiga, murmuraba algo así como: “Yo no he sido, ha sido Bestia”, repitiendo la frase infinitas veces, podía haber hecho una cosa semejante. Le asqueaba y estaba por pegarle un tiro en ese momento.

La pareja del policía, había vomitado en la puerta y entre arcadas intentaba acostumbrarse a la escena.

-Vamos a sacarle de aquí antes de que me de por pegarle un tiro- Dijo mientras levantaba a Martin bruscamente y le propinaba un golpe en el estómago. La Bestia, volvió a caer al suelo e inconteniblemente, entre asqueado y rabioso, el policía la emprendió a patadas contra el caníbal, hasta que le hizo vomitar todo la carne que había injerido.

- ¿Qué haces? ¡Para! ¡Le vas a matar! – Dijo su pareja.

- ¿No ves lo que yo? ¿Acaso este individuo no merece la muerte?

-Vamos Raúl, dejalo – la pareja empujó a su compañero y levantó a Martin. Se percató de su sonrisa ensangrentada y al igual que Raúl no pudo reprimirse, le dio un puñetazo en la cara que le desencajó la mandíbula - ¡BESTIA!

Raúl antes de que Martin cayera de nuevo al suelo agarró del pelo y de las manos al caníbal y lo dirigió a la puerta. La fuerza y la brutalidad con la que los policías le estaban tratando hizo que olvidando su ley de no obedecer a su subconsciente, Martin lanzara una última mirada a la mesa negra. Su rostro se volvió tan blanco como la nieve, sus ojos se salieron de sus órbitas y gritó lo más fuerte que pudo, emitiendo un grito que solo podía proceder de las entrañas más profundas de la noche.

Miente y Gana

MIENTE Y GANA

Alguien se ha preguntado alguna vez: << ¿Qué pasaría si al “Mentiroso” - el mítico juego de cartas – le mezclamos con las normas del “Monopoli”, el “¿Quién es quién?”, el “Cluedo” y todo esto lo regulamos con la internacional norma de la “Oca”: “¡Es que en mi casa jugamos así!”?>>.

No, ahora, 36 años después no podéis robar la idea y patentarla vosotros. El juego en cuestión se llama “Democracia”, en su versión larga, “¡Miente y Gana!”.

Parece mentira que hayamos llegado a este punto pero la verdad es la verdad y otra cosa sería política. El juego en el poder del Partido Liberal, recientemente se ha descubierto que su fundador fue Sagasta y no Pablo Iglesias como hasta ahora se suponía, y el Partido Conservador, que más que con Fraga tiene que ver con Cánovas, ha llevado a esta invención, república, dictadura y transición por medio.

El juego es simple, como el “Mentiroso” cosiste en engañar a más gente, valiéndose de comprar Ayuntamientos y políticos por un módico precio como en el “Monopoli”. Además puedes eliminar a tu rival acusándole de un crimen que tú mismo has cometido - “El Cluedo” - y desvelando su verdadera identidad, siempre y cuando, como en el “¿Quién es quién?”, no te descubran a ti antes.

El juego se empieza con un presidente y otro que intenta quitarle el poder, para ello pacta con los demás jugadores, que están en la casilla como la del Pozo de la “Oca” con dejarles avanzar unas tiradas de dados o medidas legislativas más. Pero el presidente, no se deja ganar así como así y acusa al otro concursante de robar de la Banca en el “Monopoli” y hacen que sean juzgados por una Justicia, que ante las presiones de los medios, ha perdido la Balanza.

Mientras para dar ambiente al juego las voces de los que están en la casilla del Pozo se mezclan con las mentiras del presidente para mantenerse en el poder, como por ejemplo: “No hay crisis” o “Obtendremos el pleno empleo”.

¿Cómo acaba el juego? No se sabe, solo que si pierdes después de haber comprado los sindicatos, el París del “Monopoli”, evitar que los condenados al Pozo salgan de él impidiendo el acceso a páginas web con motivo de la piratería, vendiendo los logros deportivos como propios y prohibiendo el tabaco para no gastar en la Seguridad Social, gasto que también se ahorran con las pensiones, puedes justificar tu derrota por haber tomado “Medidas Impopulares” que no te hacen mejor, pero sí peor al otro.

EL ASESINO Y LA MUERTE

(Un hombre en una habitación en penumbra, las sombras se alargan en las esquinas, la lamparilla encima de la mesa de cama parece no iluminar. El hombre está sentado, tiene los codos sobre las rodillas y el cuerpo relajado e inclinado hacia delante y la mirada fijada en las grietas que separa cada baldosa del suelo. De repente sube la cabeza y fija la mirada en una esquina, algo se ha movido, no lo ha visto, pero lo ha podido sentir, no era un cuerpo, sino una fuerza cargada de melancolía y una sensación que solo podría definirse como felicidad.
La intuición del hombre no ha fallado y acto seguido, como si la lamparilla se hubiera fundido una luz diferente empezó ha brillar en la esquina. Era la Muerte, tenía que habérselo llevado hacía ya dos horas, pero un sentimiento que no tenía nada que ver con la piedad le impedía realizar su cometido. Él sabía que ella estaba allí pero no se había inmutado hasta que esa chaqueta cayó del perchero. Llegaba el fin)
M - ¿Qué es lo que te preocupa? Estoy aquí, enfrente tuyo, mi guadaña está bien afilada. Sin embargo en tu mirada hay algo que no llego a descifrar. Temes algo, lo sé, pero miras mis cuencas vacías y me llamas. No me temes, ¿Qué te preocupa?
H - Sí, sí que te temo, es solo que hoy he tenido un día ajetreado y tú no eres el principal de mis problemas.
M - ¿Cómo puedes decir eso? Soy la Muerte, ni una visita de la mismísima Abrahel es peor. He venido para llevarte, la mayoría me suplica que les deje más tiempo, pero tú, parece que me esperabas hace tiempo.
H - No, la verdad es que no te esperaba, amo la vida, pero por eso también te entiendo. La verdad es que estaba ya algo cansado y necesito descansar.
M - No lo entiendes, ¿verdad? ¡Vas a morir! ¡Suplícame, llora! ¡Son tus últimos minutos! ¡Haz algo!
H - ¿Por qué tengo que hacer algo? De hecho te abrazaría, pero me parece un sacrilegio que, a pesar de todo, no estoy dispuesto a cometer. Sabes una cosa, quiero vivir, sé que la vida es maravillosa, pero, a la vez, todo me parece demasiado monótono, he perdido el interés y lo peor de todo es que, ahora todo me parece demasiado absurdo para hacer de esto un drama.
M - Muy mal debe haberte tratado la vida, para que te enfrentes a ella con total pasividad. Hasta los suicidas, al ver mi rostro inexistente, me temen y se agarran fuertemente al último de los cordeles que les ata a la vida. Sin embargo, tú, no eres igual, eres el primero al que he observado durante tanto tiempo, llevo dos horas observándote y ni siquiera me he percatado de que se me hacía tarde.
H - Sí,note tu presencia, no sabía quien eras, pero de alguna manera lo intuía, No obstante, como te he dicho, ahora mismo no eres mi mayor problema.
M - Entonces, ¿me ves como una solución?
H - No, simplemente no me importas, ahora mismo la situación es tal que me da igual vivir que morir.
(Un brillo como de una lágrima recorrió la sombra que tiene por rostro la muerte, no conseguía entenderlo, ese hombre había sufrido tanto que percibía la muerte y la vida las veía con total pasividad si es que se dignaba a mirarlas)
M - ¿Qué te ha pasado?
(La Muerte se sentó al lado de su víctima y pasó una de sus sombras sobre los hombros del hombre. Él comenzó de nuevo a llorar desconsoladamente, cosa que a su verdugo le pareció avergonzante. Tras un rato de llantos la sombra abrazó a aquel perdido, ¿Qué le podía haber pasado?
Finalmente el hombre comenzó a hablar)
H - He matado.
M . Eso no es cierto, no olvides que soy un Dios y como tal lo sé todo y más sobre ese tema, tú nunca has matado ha alguien.
H - Tú no lo entiendes, soy malo, no he matado solo una persona, he matado a todos los que me querían.
M - Si tú lo dices
H - No me crees, ¿qué me dices de Ander Fernández, de María Pérez, de Julián Castro, de Roberto Diez, de José Luis Rodríguez, de Sofía Villanueva, de Lucía Martínez y de Miriam Calvo? ¿Qué me dices de todos ellos?
M - Me los llevé, pero no los asesinaste. Ander Fernández murió de un infarto hace tres años; a María Fernández la atropelló un coche más o menos en las mismas fechas; Roberto Diez también murió en la carretera un año después; lo de José Luis fue terrible se resbalo en su portal y cayó con la cabeza sobre un escalón; Sofía Villanueva era soldado, estaba en Afganistán, lo que le pasó le podía pasar a cualquiera; lo de Lucía fue más triste, no fue un buen año para ella, no encontraba trabajo, se separó de su marido, murió su padre y la presión pudo con ella, la verdad es que me duele llevarme así a la gente, pero fue mejor para ella. De esa Miriam no recuerdo nada por lo que debe segur viva y por lo tanto no la has matado.
H - No lo entiendes, yo les maté antes de que hubieras hablado de ellos.
M - No lo debo entender, ¿Cómo los mataste?
H - No los quise, la verdad, nunca he querido a nadie. Cada día que pienso en ellos, en todas las personas con las que me he relacionado me pregunto: "¿Por qué me quieren?" No encuentro la respuesta, la he buscado miles de veces, he recorrido cada centímetro de mi cerebro buscando la solución, pero no la he encontrado. No me entiendo, no consigo entender una relación más allá de los intereses de cada parte. Así todo es más simple, pero no llego a comprender la totalidad de la amistad. Les he matado, porque no les hice caso.
M - ¿Por qué?
H - Porque en ellos veía hipocresía, nunca he conseguido entender los actos por sí. ¿Quién da algo sin esperar otra cosa?
M - Te odias
H - No, sí, no lo sé. ¿Me estoy volviendo loco?
M - Siempre lo has estado.
H - Me gustas, eres sincera.
M . Te voy a llevar en unos minutos y luego no te volveré a ver. ¿Por qué tendría que pensar en no ofenderte?
H - Más de uno, simplemente por misericordia, aunque lo llamen empatía se hubiera negado a contestar a la pregunta... (Tras una pausa, en la que el hombre sufre, sin llegar a denotar en ningún momento preocupación porque la muerte haya venido a por él, H vuelve a romper el silencio) No me entiendo
M - ¿Alguna vez te has entendido?
H - Los que no me entienden son los demás, yo los maté y ellos seguían ahí, no me entendían.
M - ¿Alguna vez intentaste que te entendieran?
H - Déjame. No puedo, les maté, lo reconozco, te merezco, les maté sin compasión. Lo que hice... Lo que hice... No tiene justificación. Por entonces eran unos parásitos o yo los veía así, les dejé, les abandoné y te los serví en bandeja. Como... Como si hubiera puesto una pistola en su frente, les hubiera mirado un segundo a sus ojos suplicantes, hubiera apartado la vista y, sin compasión, con una sonrisa, sin ni siquiera asustarme del estruendo, apretado el gatillo.
M - Eso te lo has hecho tú. Yo no soy una especie de justiciera que baja a la tierra bajo las explícitas ordenes de mi hermana Karma.
H - ¡¿Cómo que me lo he hecho yo?! No me he suicidado... No, no recuerdo haberme suicidado.
M - No, no te has suicidado, pero deberías, así me ahorrarías trabajo.
H - ¿Por qué? Realmente me da lo mismo seguir aquí que no
M - Lo sé, vives solo, pero te da lo mismo, porque no te aprecias, ni a a ti, ni a nadie.
H - Eso no es cierto
M - ¿Cómo no va a ser cierto? No me temes, ni me deseas. Eso solo puede ser porque nunca has vivido, ni has sentido nada. ¿Alguna vez has tenido miedo?
H - ...¿Qué si he tenido miedo alguna vez?..eeee...eeee...¿A tí qué te importa?
M - O sea, que has tenido miedo, me temes. Ya era hora
H - No, no te temo, es solo que...
M - "Es solo que..." ¿Qué?
H - Que...
M - "Que" ¿Qué?
H - Que me arrepiento de todo, no sé como decirlo, sé que lo he hecho mal, no sé donde fallaron mis teorías esactamente. Pero sé que lo hice mal, sino no sería el vulgar asesino que soy. Todos los que han pasado por mi vida, tras una temporada, murieron, se marchitaron en ella, no lo entendieron. ¡Murieron! ¡No lo entiendes! ¡Murieron! ¡Les maté! ¡Has oido! ¡LES MATÉEEEEEEEE!
M - Pobre hombre
(El hombre lloró de nuevo y la muerte le consoló, era el primer caso que conocía de ese tipo. El hombre no le temía, él tenía miedo a la soledad y estaba totalmente solo por ese mismo miedo. Tras un rato, la Sombra miró el reloj, era muy tarde)
M - Venga, tenemos que irnos
H - Les maté... les maté
M - Tenemos que irnos (la Muerte aunque por las propias leyes naturales no pudiera, lloraba)
H - Les maté
M - Tenemos que irnos, tú también estas muerto.
H - ¿Qué me pasó?
M - También te asesinaste
H - ¿Me suicidé?
M - No, tú corazón dejo voluntariamente de latir. Le dabas pena.

H- Antes de que me dejes y te olvides de mí. ¿Dónde me mandarás al cielo, al infierno o a la Nada, es decir a ningún sitio porque esos lugares no existen?
M- Eso depende de lo que tú quieras. Eres libre, si es que alguna vez no lo has sido. La verdad es que eres un personaje gracioso. Tan libre que lo encarceló la soledad.
(La Muerte cruza la habitación y se dispone a atravesar la pared en busca de nuevas víctimas. A sus espaldas el cuerpo del hombre atormentado se vuelve cada vez más pálido, por su mejilla ahora cae una lágrima y su voz, ya ultratumba dice sus últimas palabras en su última bocanada de aire).
H- Un placer haberte conocido. Eres una buena amiga, lástima que aparecieras en mi vida tan tarde.

DEMOCRACIA Y LIBERTAD

Los recientes acontecimientos en el Norte de África han hecho que volvamos a valorar la democracia, los tunecinos, los egipcios se merecen regímenes más justos, donde gobierne el pueblo y no un dictador o un presidente que manipula las leyes y los resultados en las elecciones para mantenerse en el poder. Quizá en el caso de Egipto el futuro, dada la fuerza política del partido Hermanos Musulmanes, sea desalentador, seguramente, la revolución que proclama la libertad resulte a la larga un recorte mayor de libertades. No obstante, esa será la decisión de los egipcios, porque al menos, si Mubarak dimite al final, se celebrarán unas elecciones libres y el pueblo que peleó en las calles de El Cairo, Alejandría y Suez elegirá lo que él crea más conveniente ante su situación particular.

Pero las consecuencias de esta revolución no tienen por qué remitirse al Norte de África y a países con una dictadura militar árabe-socialista. También nosotros, aunque nuestros problemas sean de distinta índole, deberíamos quejarnos. Pues a pesar de que tengamos democracia, el sistema de gobierno ha evolucionado a una especie de dictadura ante la escasez de opiniones políticas. Quizá en la papeleta en la que se vota haya miles de partidos que reflejen una variedad de opiniones. Esto no es más que apariencia, pues de todos los partidos políticos existentes solo conocemos las opiniones de dos, cuatro a lo sumo sin contar los principales partidos nacionalistas (CIU, PNV y Ezquerra). Dentro de los partidos que conocemos, a la vez, premia la improvisación y lo que hoy, aunque sea un agravio, llamamos política en vez de hipocresía.

Analizando aún más la situación podemos ver dos partidos principales uno socialdemócrata, y uno de derechas. Si intentásemos diferenciar las dos opciones diríamos que la izquierda es la defensora del obrero con unos ideales más progresistas al contrario que la derecha el partido defensor del liberalismo económico y más conservador. Así desarrollando esta idea diríamos que el partido liberal liberalizaría al máximo la economía y bajaría al mínimo los impuestos creando un mayor desarrollo económico bajo el coste de un aumento de las diferencias sociales. La izquierda al contrario, sería más proteccionista y controlaría a las empresas con unos impuestos que se destinarían a la sociedad para tender a la igualdad social a cambio de un menor crecimiento económico. Ahora bien, con la Revolución Conservadora estos papeles cambiaron y el socialismo en Europa adquirió una nueva ideología, la socialdemocracia. Explicado a nivel práctico, el socialismo que redistribuía la riqueza fue sustituido por el socialismo que daba gratuitamente y en secreto el dinero a los bancos que han causado la actual crisis para salvarlos de la hecatombe, que ellos mismo en un harakiri involuntario habían provocado. Así el próximo año nos veremos frente a dos partidos que salvaguardando distancias siguen siendo una misma opción política, quizá el PSOE sea un poco más progresista en ciertos términos, en otros, sus medidas, aunque se vendan como tales no dejan de ser prohibiciones.

Yo, ante esta elección conflictiva entre una rosa y una gaviota, veré que hay otras opciones, sin embargo estas opciones están fuera del conocimiento gracias a la inestimable ayuda de los medios. Por lo tanto romperé la papeleta y me iré, esto es democracia, no libertad.

LA WALKIRIA

La noche se puso su traje más oscuro, las estrellas se apagaron y sólo se iluminaba el cielo cuando ocasionalmente un rayo resplandecía entre las verdosas y en su contorno, rojizas nubes. Las farolas habían imitado a los astros, las calles estaban desiertas, oscuras, sometidas a la bestial tormenta cuyas gotas erosionaban los mal alineados adoquines que conformaban el suelo. No era el mejor momento para pasear, sobre mi paraguas golpeaban las gotas en seco produciendo ese sonido tan característico y relajante, a la vez que dejando caer el agua de en forma de cortina por los bordes del paraguas impidiéndome, de ese modo, ver lo que pasaba a mi alrededor. No obstante, me lo podía suponer, nada, nunca pasaba algo y si pasaba, sería malo, no había dudas, de hecho lo único que pudo ser bueno no lo pude soportar. Por eso estaba ahí desnudo, con el paraguas como único abrigo, calado desde los pies hasta el pecho.

No sé lo que hacía allí, en medio de la nada, el saber, a la vez, que yo no era más que nada me parecía una redundancia insoportable y una de innumerables bromas pesadas que a lo largo de mi corta historia me había gastado la vida. Todas ellas debían desaparecer sin dejar rastro, tenía que borrar de una vez todas esas viejas cicatrices que aún me seguían escociendo. Sabía que tenía que hacerlo, los golpes que daba el corazón en mi pecho no podían significar otra cosa. La vida no me quería, lo sabía desde que tuve edad suficiente para ser consciente, desde que deje por imposible el sueño de la juventud eterna. Sin embargo yo amaba la vida, ¡maldito amor!, ¿Cómo puede funcionar tan mal, enamorando a los que no quieren amarse? Estoy seguro que el amor es otra de esas pesadas bromas que gasta la vida sin sentido y sin corazón, porque está claro que aunque el corazón da vida, la vida no tiene corazón. Aún oigo la voz del viejo sabio afirmando seguro: “No hay nada mejor que amar”, “el amor es el principal medio para la felicidad”, ¡Ja! Me rio yo de esas premisas de viejo sabio, para ser feliz, lo primero es no sentir, lo segundo no vivir.

Volviendo al tema, estaba en la calle, mi pálida piel contrastaba con lo oscuro de la tormenta, sentía un ligero y a la vez molesto picor en los antebrazos que sólo eran líquido, a la vez un frío interno secaba mi alma y los escalofríos que sufría mi cuerpo ante este fenómeno me hacían olvidar la incomodidad que me producía pisar descalzo la profundas grietas del suelo empedrado. Me atormentaban varias visiones a la vez, supongo que por eso estaba así y allí, era la única forma que lo explicaba o hacía veraz ese momento ya que como si se tratara de un sueño no recordaba cómo había llegado a ese sitio. Veía la cara de una joven morena de pelo liso y tez clara sonriendo, intuía que se llamaba Nahama, estaba seguro, a la vez, el sólo ver su mirada me recordaba un cálido sentimiento que pensé que ya había olvidado. De repente, todo cambiaba y una sombra aparecía en su rostro y su gesto cambiaba, mis sentimientos seguían siendo los mismos, pero una extraña e inexplicable energía me descentraba y cambiaba la visión transformando ese gesto en una fuente de dolor. Un teléfono sonando y la voz tras él de una mujer, bastante familiar, ronca de llorar era la siguiente visión. Una carta del banco y la voz seria de un hombre al que me sentía subordinado las otras visiones, todas en su conjunto se sucedían y mezclaban en mi mente produciéndome una especie de dolor en el pecho que algunos llaman angustia.

Las contradicciones seguían y veía pasar escenas de mi vida sin ningún orden a tanta velocidad que lo único que me producían era ese dolor, esa angustia. A la vez cada recuerdo se antojaba tan lejano y surrealista que hacía que pensara que mi vida no fuera vida sino pesadilla. Intentaba rememorar mis mejores momentos pero los había olvidado en los más profundos y polvorosos recovecos de mi mente. Demasiadas lágrimas retenidas y muy pocas sonrisas en la reserva.

Pero no pude, lo juro, la cuchilla era la idónea, el tiempo, el idóneo, la nota, no podía estar mejor escrita. La verdad, es que jamás pensé que me pasara eso, odiaba tanto como amaba la vida, estaba decidido, no dejaba nada atrás, nadie me echaría de menos, a pesar de que en el último momento me arrepentí, a pesar de que ya lo había hecho, me arrepentí. No fue un acto racional, ni siquiera irascible, simplemente fue, y ahora estaba en la calle en medio de esa tormenta, caminando, exaltado y vivo. Mi corazón no podía más, yo más que andar, corría sin rumbo, un número indefinido de rápidos pinchazos que se traducía en un continuo dolor asediaba mi pecho, jadeaba, no conseguía meter aire en mis pulmones, pero no paré de moverme hasta que todo se volvió totalmente oscuro y no pude ver nada, ni siquiera lo que abarcaba mi paraguas.

¿Cómo vivir estando muerto?, ¿Es la muerte un sueño eterno o es la vida lo que es un sueño? ¿Dónde se encuentra el fino hilo que separa lo real y lo eterno?... Un millón de preguntas como estas asediaban mi mente en la oscuridad de mi inconsciencia. La muerte y la vida son dos conceptos tan diáfanos, complementarios y contrapuestos que parecen ser hermanos del sol y la luna, en mi estado entre vivos y muertos esta era una sentencia que daba la solución a todas las preguntas que me acosaban y que al irse resolviendo lentamente iban dándome un grado mayor de consciencia, así pude oír vagamente como entre las gotas de agua avanzaba tranquilamente un taconeo que por un momento llegó a sonar como si se tratara de un caballo, mientras mi vista iba recuperando luminosidad y empezaba a distinguir las grietas entre los adoquines que conformaban el surrealista suelo.

De repente un fuerte golpe en mi hombro me devolvió totalmente a mi ser, un grito y el estruendo de algo al caer violentamente y en seco me aclaró del todo la vista. Seguía lloviendo de tal forma que las transparentes gotas con su movimiento se volvían opacas e impedían la vista a más de dos metros de mí. Mi posición había cambiado, mis dolores acabados y mi mente no conseguía recordar nada desde el desayuno de esta mañana en el que me habían comunicado mi despido. El paraguas, por otra parte había desaparecido y frente a mí sólo se podía distinguir a duras penas un enorme bulto oscuro, cuya inmovilidad me llevó a acercarme a él. Pude ver que se trataba de una mujer con el pelo largo, rizado y oscuro, que estaba tumbada bocabajo e inconsciente con un golpe en la frente acompañado de una cicatriz que no paraba de sangrar. Debería haber llamado a una ambulancia, pero no, ya sé que es de inconscientes pero acaso no somos nosotros también unos inconscientes. A demás los hechos son los hechos, podía haber sido mejor quizás llamar a una ambulancia, pero podía haber sido peor, yo estoy contando lo que pasó, no lo que pudo pasar. El hecho es que la cogí en brazos, me sorprendió el escaso peso que tenía, y caminé sin sentido buscando mi casa.

Cuándo mis brazos empezaban a entumecerse de soportar aquel bulto, entre el millón de luces distorsionadas que me rodeaban distinguí el cartel luminoso del chino que había debajo de mi hogar. Entré en el edificio, Esteban, el portero, estaba hablando con una pareja de policías, y no me vio cuando le saludé. Subí por las escaleras y entré en mi casa, supuso un alivio para mis brazos el dejar a mi acompañante aún inconsciente y sangrando en el sofá. Pero no había tiempo para el descanso y corrí al baño hacia el botiquín. Entre en el baño y el sonido de mis pies pisando agua hizo que me diera cuenta del horrendo panorama que aún hoy, en este lugar indeterminado dentro de un doloroso vacio, me da arcadas, escalofríos y me provoca pesadillas. El agua ocupaba todo el baño, estaba cálida y teñida de un tinte rojizo que concedía un aire aún más tétrico a la habitación. Pero la verdadera sorpresa fue cuando note cierto picor en el pié y descubrí que me había cortado con una navaja tirada en el suelo, al lado de la bañera, donde colgaba una mano pálida, sin vida, relajada, cediendo a los designios de la fuerza de gravedad sin oponer resistencia. Cerré el grifo, y sin querer dirigí la vista al interior de la bañera donde la sangre que emanaba del otro brazo de la víctima había concedido al agua un color rojo más oscuro que impedía ver el fondo de la mortal bañera. Por último, la curiosidad me engaño, no quería pero miré, lo juro, jamás lo quise, pero miré e inevitablemente una brutal arcada me sobrevino, no podía ser, me miré en el espejo, miré el gesto relajado de aquel hombre, que a pesar de no sonreír tenía un brillo especial en sus petrificados ojos que solo podía significar felicidad y que contrastaba con la imagen.

Cerré los ojos, no podía ser, me había arrepentido, no podía ser, las lágrimas corrían por mis mejillas y tras ellas vi la cara de aquella mujer que había metido en mi casa y que ya estaba consciente.

- No puede ser, me arrepentí, tardé, pero me arrepentí- La dije, entre cortando mis palabras entre los jadeos y mezclándolas con mis lágrimas

- Sí, sí que fue, jamás te arrepentiste, sólo que tardé en encontrarte- Dijo aquella esquelética sombra con voz sobrehumana pero con carácter comprensivo mientras asentía moviendo de arriba abajo su brillante y blanca calavera.

JCC

EL PARTIDO

El libro en la mesa y el lector en la silla. El dedo índice de la mano derecha señala las letras que lee, el dedo índice de la mano izquierda se mueve, como si fuera una bandera al viento, señalando el cielo. Podría haber sido un día cualquiera, podría haberse puesto la camiseta de su equipo, encender la tele y celebrar los goles de su equipo, mientras el gas de su cerveza subiera en un ciclo sin fin por el cristal de la jarra. ¡Oh, sí! Hubiera sido un gran momento, los mejores jugadores del mundo, enfrentados cara a cara en un partido - ¡Qué gran partido! - . El mundo entero estaría viendo el partido.

El libro en la mesa y el lector en la silla. El dedo índice de la mano izquierda acabó de recorrer la página, el dedo índice de la mano derecha que estaba luchando una cruenta batalla contra una hidra, o simplemente navega por un mar sin fin en busca de una patria por orden de un Dios que nunca existió, paró en seco un momento y con soltura rasco la barbilla del lector. El hombre, acarició la página 144 de aquel libro, de arriba a abajo con el dorso de su mano derecha y cuando se le acabó el papel a la caricia, hizo saltar la mano de forma que cayese sobre la esquina superior izquierda del libro, pasó la página y sin ni siquiera pensárselo, dobló la esquina y cerró el libro, empujando la portada con la mano izquierda.

El libro cerrado en la mesa y el lector se levantó de la silla, con un gesto elegante se corrió la manga izquierda de la camisa y en su reloj miró la hora. Se giro con un movimiento tan brusco como suave que no ofendió ni al aire y dio diez pasos lentos, seguidos y seguros en la penumbra de la habitación y encendió la televisión. El lector miró las alineaciones de los dos equipos de fútbol y se fue a la cocina. Sacó su jarra y una cerveza de la nevera, acto seguido, se la sirvió.

El libro cerrado en la mesa y la silla vacía, el telespectador, recostado en el sofá miraba hipnotizado el ascenso de las burbujas que intentaban escapar de la jarra, el partido iba 0 – 0. En un momento dado el hombre se reincorporó de su asiento bruscamente, pero sin despegar la vista de la jarra, como si por un segundo se hubiesen roto las leyes de la física y una burbuja hubiera escapado de la cerveza y flotara, ahora, libre por la habitación, es un partido aburrido – todavía seguía 0 – 0 -. Coge el mando y sube el volumen, seguidamente se levanta y se marcha por un pasillo a su habitación.

El libro cerrado en la mesa, la silla vacía, y la jarra de cerveza contemplando el partido, en la sala, no hay un alma. Unos pasos desde el pasillo se acercan precipitadamente, la voz del locutor ha invadido toda la casa y el telespectador ahora entra en la sala con la camiseta de su equipo bien planchada, como si fuera otro jugador. Recostado de nuevo en el sofá, hipnotizado por una fila ascendente de burbujas, se evade de la realidad, la televisión ha desaparecido, y ahora viaja por mundos desconocidos de hadas, duendes, dragones, regidos por la voluntad de despiadados dioses que anhelan la existencia. El partido iba 1 – 0.

El libro cerrado en la mesa, la silla vacía y el lector contemplando una jarra de cerveza, mientras, en la tele, Messi regatea a un lateral, recorta a un central y toca en corto para Xavi. “¡Menuda Poesía!” el lector no llega a comprender la semejanza entre Neruda y el Barça, no obstante, para más de la mitad de la población, mañana, ese jugador sería un Bécquer con un balón. El partido iba 2 – 1.

El libro cerrado en la mesa la silla vacía y el telespectador recostado en el sofá bebiendo una jarra y viendo el partido. No puede parar de preguntarse qué le pasaría a Eneas en el Hades. El partido le aburre, el acontecimiento del año le aburre y le tiene que ver, si no mañana no tendrá tema del que hablar - ¿Quién compara a Iniesta con Virgilio? – . Otra vez como si un aroma extraño perturbara el Universo, el telespectador se reincorporó, bebió un sorbo de cerveza, se levantó y enérgicamente, apagó la televisión y se dirigió de nuevo a la silla. El partido, un partido aburrido, iba 2 – 3.

El libro en la mesa y el lector con la camisa de su equipo puesta, sentado en la silla. El dedo índice de la mano derecha señala las letras que lee. El dedo índice de la mano izquierda se mueve bruscamente señalando el cielo. Qué más da el partido si ni siquiera le gusta el fútbol. Mañana todos dirían que fue un tonto por no ver aquel magnífico partido en el que los dos mejores equipos del mundo empataron a 4. De hecho mañana no podría hablar con nadie que sin que no destacase el gran partido de Messi y el papel de Cristiano Ronaldo, sin embargo a él le daría lo mismo, en su mundo, más allá de toda realidad, Eneas se habría asentado en la Lacio.