EL PARTIDO

El libro en la mesa y el lector en la silla. El dedo índice de la mano derecha señala las letras que lee, el dedo índice de la mano izquierda se mueve, como si fuera una bandera al viento, señalando el cielo. Podría haber sido un día cualquiera, podría haberse puesto la camiseta de su equipo, encender la tele y celebrar los goles de su equipo, mientras el gas de su cerveza subiera en un ciclo sin fin por el cristal de la jarra. ¡Oh, sí! Hubiera sido un gran momento, los mejores jugadores del mundo, enfrentados cara a cara en un partido - ¡Qué gran partido! - . El mundo entero estaría viendo el partido.

El libro en la mesa y el lector en la silla. El dedo índice de la mano izquierda acabó de recorrer la página, el dedo índice de la mano derecha que estaba luchando una cruenta batalla contra una hidra, o simplemente navega por un mar sin fin en busca de una patria por orden de un Dios que nunca existió, paró en seco un momento y con soltura rasco la barbilla del lector. El hombre, acarició la página 144 de aquel libro, de arriba a abajo con el dorso de su mano derecha y cuando se le acabó el papel a la caricia, hizo saltar la mano de forma que cayese sobre la esquina superior izquierda del libro, pasó la página y sin ni siquiera pensárselo, dobló la esquina y cerró el libro, empujando la portada con la mano izquierda.

El libro cerrado en la mesa y el lector se levantó de la silla, con un gesto elegante se corrió la manga izquierda de la camisa y en su reloj miró la hora. Se giro con un movimiento tan brusco como suave que no ofendió ni al aire y dio diez pasos lentos, seguidos y seguros en la penumbra de la habitación y encendió la televisión. El lector miró las alineaciones de los dos equipos de fútbol y se fue a la cocina. Sacó su jarra y una cerveza de la nevera, acto seguido, se la sirvió.

El libro cerrado en la mesa y la silla vacía, el telespectador, recostado en el sofá miraba hipnotizado el ascenso de las burbujas que intentaban escapar de la jarra, el partido iba 0 – 0. En un momento dado el hombre se reincorporó de su asiento bruscamente, pero sin despegar la vista de la jarra, como si por un segundo se hubiesen roto las leyes de la física y una burbuja hubiera escapado de la cerveza y flotara, ahora, libre por la habitación, es un partido aburrido – todavía seguía 0 – 0 -. Coge el mando y sube el volumen, seguidamente se levanta y se marcha por un pasillo a su habitación.

El libro cerrado en la mesa, la silla vacía, y la jarra de cerveza contemplando el partido, en la sala, no hay un alma. Unos pasos desde el pasillo se acercan precipitadamente, la voz del locutor ha invadido toda la casa y el telespectador ahora entra en la sala con la camiseta de su equipo bien planchada, como si fuera otro jugador. Recostado de nuevo en el sofá, hipnotizado por una fila ascendente de burbujas, se evade de la realidad, la televisión ha desaparecido, y ahora viaja por mundos desconocidos de hadas, duendes, dragones, regidos por la voluntad de despiadados dioses que anhelan la existencia. El partido iba 1 – 0.

El libro cerrado en la mesa, la silla vacía y el lector contemplando una jarra de cerveza, mientras, en la tele, Messi regatea a un lateral, recorta a un central y toca en corto para Xavi. “¡Menuda Poesía!” el lector no llega a comprender la semejanza entre Neruda y el Barça, no obstante, para más de la mitad de la población, mañana, ese jugador sería un Bécquer con un balón. El partido iba 2 – 1.

El libro cerrado en la mesa la silla vacía y el telespectador recostado en el sofá bebiendo una jarra y viendo el partido. No puede parar de preguntarse qué le pasaría a Eneas en el Hades. El partido le aburre, el acontecimiento del año le aburre y le tiene que ver, si no mañana no tendrá tema del que hablar - ¿Quién compara a Iniesta con Virgilio? – . Otra vez como si un aroma extraño perturbara el Universo, el telespectador se reincorporó, bebió un sorbo de cerveza, se levantó y enérgicamente, apagó la televisión y se dirigió de nuevo a la silla. El partido, un partido aburrido, iba 2 – 3.

El libro en la mesa y el lector con la camisa de su equipo puesta, sentado en la silla. El dedo índice de la mano derecha señala las letras que lee. El dedo índice de la mano izquierda se mueve bruscamente señalando el cielo. Qué más da el partido si ni siquiera le gusta el fútbol. Mañana todos dirían que fue un tonto por no ver aquel magnífico partido en el que los dos mejores equipos del mundo empataron a 4. De hecho mañana no podría hablar con nadie que sin que no destacase el gran partido de Messi y el papel de Cristiano Ronaldo, sin embargo a él le daría lo mismo, en su mundo, más allá de toda realidad, Eneas se habría asentado en la Lacio.

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