SI HOY FUESE UN DÍA NORMAL


– Quizá, si hoy fuese un día normal, Caperucita sería Roja y, también, más pequeña. Quizá si hoy fuese un día normal, Caperucita sería una niña sonriente salvada por Cazador del Lobo Feroz. De hecho, si hoy fuese un día normal, el Lobo Feroz, sería uno de esos lobos con colmillos y garras y no uno de esos que llevan pistola y puñal. ¡Pistola y puñal! Has oído bien, hijo mío, el Lobo Feroz no tenía garras de verdad, porque si hoy fuese un día normal, el Lobo Feroz no sería el cazador. – La casa estaba en plena ebullición y un montón de voces se entremezclaban tras la puerta que separaba el mundo real de esa habitación en penumbra en la que el padre le contaba a su hijo el mismo cuento de todas las noches. - ¡Pero qué demonios! ¡Qué digo! Hoy, hijo mío, es un día normal, aunque a papá esté a punto de llorar, ya sabes que papá no es “Superman” y que los hombres también pueden llorar; aunque mamá esté en el salón llorando, tú sabes que mamá necesita llorar de vez en cuando; aunque tu hermana esté destrozada y la policía esté en casa investigando lo que le pasó a ese hijo de puta que está manchando el suelo de la cocina.

– Papá, has dicho “hijo de puta”.

– Perdón, ya sabes que esas palabras no se deben decir, pero a este Lobo Feroz, ese cerdo, hijo de puta se le puede llamar así y créeme, que si papá lo dice es por algo.

Una lágrima se resbaló lentamente por la mejilla izquierda del padre dejando un surco de amago rocío que una mano pálida y temblorosa intentaba borrar. Sin embargo por más que frotara la mejilla seguía sabiendo amarga y siguió siendo humedecida por esas gotitas amargas que rebosaban inevitablemente por su ojo.

– Papá, ¿estás llorando?

– No digas tonterías, - el padre hizo una pausa para restregarse los ojos con la manga de su jersey, pero no pudo evitar el incesante goteo. - ¿Quieres que te cuente el cuento o no? – El padre volvió a hacer una pausa y miró fijamente al niño. Hoy no era un día normal y sus lágrimas se mezclaban con la historia inevitablemente. El niño le miraba extrañado y él lo sabía, pero tenía que aparentar fuera como fuese que hoy no había pasado nada. Cerró los ojos y movió bruscamente la cabeza, una de esas lágrimas amargas que tan mal le sentaban se le había quedado enganchada entre sus labios y le impedía hablar bien, cuando, por fin, esta cayó por su barbilla, intentó volver a empezar la historia. – Hoy, hijo mío, es un día normal. Mamá como todas las mañanas mandó a su hija, una niña sonriente de mejillas sonrojadas, pequeña, débil y vulnerable, llevar una cestita a casa de la Abuelita. Aunque, esta vez, todo pareciese distinto y no fueran las doce del mediodía, sino las seis de la tarde y Mamá decidiese ir ella a casa de la Abuelita dejando así a su hija estudiar en casa. Hoy era un día norma y Caperucita, a pesar de no llevar su caperuza y tener diez años más, seguía siendo esa niña pequeña y sonriente, quizá algo más seria, pero con las mejillas sonrosadas, un gran corazón y a la vista del mundo, tan débil y vulnerable, como ese antílope que pasta tranquilamente mientras unas garras le esperan entre la maleza de la Gran Sabana.

- ¿Y el Lobo? ¿Cuándo aparece?

- Ese cerdo, hijo mío, ojala no hubiera aparecido nunca.

- Bueno, ya sé que es malo y los malos en la vida real no existen – el padre al oír estas palabras sintió como si un gélido cuchillo le ataravesara el corazón y le llenara el estomago de esas molestas lágrimas,- pero, papá, esto es un cuento, si no hay malos no sería un cuento.

– Ojala fuera un cuento – murmuró el padre.

-¿Qué has dicho?

- Nada hijo, ¿Continuamos? – Contestó el padre y continuó la narración. – Bueno, como tú bien sabes, el Lobo apareció cuando Mamá, salió del portal con un “taper” lleno de comida para la Abuelita y unos pastelitos. El Lobo, estaba allí, escondido en una de esas mugrientas esquinas del gran bosque de edificios que es la Gran Ciudad. Acechando como una pantera, ya que los lobos, si no lo sabías, cazan en grupo. Subió las escaleras que llevaban a casa de Caperucita y llamó a la puerta, en casa sólo estaba, como él esperaba la pequeña niña. Mamá en esos momentos cogía el autobús para ir a casa de la Abuelita.

- Papá, ¿Caperucita no vivía en un bosque con animalitos?

- Y así es, mi cielo, Caperucita vivía en la Gran Ciudad, un enorme bosque de edificios donde, además de vivir las personas, viven todo tipo de animales.

- ¡Ahhhhh…!

- Bueno, sigamos con la historia. Caperucita, que estaba en casa, oyó la puerta, pero Mamá le había dicho que no abriese la puerta a nadie, pues en la Ciudad, puede haber ladrones, drogadictos o violadores.

- ¿Qué son los violadores papá?

- Unos cerdos, lobos de ciudad. Bueno, a lo que vamos, Caperucita, sabía que no debía abrir la puerta a nadie, pero, también sabía que su papá vendría sobre esa hora de cazar, porque su papá era Cazador. Así que sin ni siquiera mirar por la mirilla abrió la puerta. El Lobo, relamiéndose de gusto, se abalanzó sobre la niña, él no era su papá y en sus enormes ojos brillaba la lujuria; en sus orejas puntiagudas se podía ver el tiempo que había espiado a la niña hasta poderla pillar sola en casa; su abultada nariz se ensanchaba debido a su sonriente y gigantesca boca de la que se le caía la saliva inconteniblemente como ahora se le caen las lágrimas a mamá. Caperucita, pensó en huir, pero se fijó las resplandecientes navajas que el Lobo llevaba a modo de garras y presa del miedo se quedó paralizada. – El padre hizo una pausa, que molestó al niño metido ya de lleno en ese cuento que no conocía y tanto le sonaba, ahora las lágrimas formaban un arroyo que le recorría la cara - .

- ¿Y qué paso? – El niño preguntó emocionado, acto seguido miró a su padre y se dio cuenta del error.

- Pues, llegó papá de cazar y tenía el arma sin descargar. – Contestó el padre en una especie de largo lamento, estaba deseando marcharse de allí, iba, bueno, estaba llorando y no quería que su hijo le viera, sin embargo, un profundo dolor en el pecho parecido a una puñalada le impedía levantarse. Se quedó mirando al infinito al menos una hora, el niño cerró los ojos y fingió que dormía, sabía que lo tenía que hacer, papá como todos los días le había contado su cuento, pero el transcurrir de la cocina de la policía, los llantos de mamá y las lágrimas incontenibles de papá eran indicios de que hoy no había sido un día normal.

JCC

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